jueves, 22 de febrero de 2018

De lo clínico y lo psicoterapéutico

La cura de la locura (La extracción de la piedra de la locura) (detalle).
Hieronymous Bosch, c. 1475-1490
Museo del Prado, Madrid


Creo que las personas que trabajan con personas tienen solo una herramienta; al margen de técnicas, métodos y manuales. Y esa herramienta es la palabra a través de la cual se configura el relato, la narración, la conversación; el diálogo. Creo, pues, que se hace necesario ser muy cuidadosos con los usos que se de a la palabra, al lenguaje en sí. No vale decir: «yo digo esto porque me da la gana, yo sé lo que significa y ya está». Se hace preciso estar muy atentos, al contrario, a qué significa tal o cual palabra para la persona con la que se conversa en contextos psicoterapéuticos, de trabajo, educación o intervención social, educación en general, o de investigación en ciencias sociales y humanas.

No voy a copiar del Diccionario de la RAE el significado de la palabra «clínica» (se puede encontrar aquí: http://dle.rae.es/?id=9TNmHzU), aunque sí que destaco de su etimología latina que sería lo «propio del enfermo». Y lo más probable es que la mayor parte de las personas comunes entendamos algo similar. O sea, que si nos dicen que necesitamos un tratamiento clínico, es porque estamos enfermos. Especialmente si quien lo dice es un experto, claro, revestido con todo el poder del saber. Digo bien: revestido. O sea, y según la acepción octava del mismo Diccionario de la RAE: «Engreírse o envanecerse con el empleo o dignidad».

Michel Foucault hace una arqueología de lo clínico —o, mejor, de la clínica— en su ya clásico El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. 1963. Madrid: Siglo XXI. Con su estilo siempre fundamentado, documentado, y también crítico, asistimos a eso, a una arqueología o, incluso, genealogía de la praxis y luego del concepto de lo clínico. ¿Cómo es que dicho concepto ha llegado a constituirse en una especie de universal aristotélico? Foucault explica muy bien cómo lo clínico ya existía antes del concepto moderno de salud (o sea, no-enfermedad, así, en líneas generales [1]), que tiene sus raíces en la Ilustración y en la nueva concepción de lo médico emanante de la Revolución Francesa. En la página 88 del libro, el filósofo francés afirma que: 

De hecho, una manera semejante de escribir de nuevo la historia, evitaba una historia mucho más verdadera, pero mucho más compleja. La disfrazaba al asimilar al método clínico cualquier estudio de un caso, de acuerdo con el antiguo uso de la palabra; y así, autorizaba todas las reducciones interiores que deberían hacer de la clínica y que hacen de ella aún en nuestros días un puro y simple examen del individuo. 

Es decir, la historia abandona hasta la actualidad la versión más compleja, pero más verdadera. Y la clínica es reduccionista al limitarse al estudio —y la búsqueda de la curación, supongo— del síntoma individual. Algo completamente ajeno a cómo entiendo yo, con perdón, la práctica psicoterapéutica desde las orientaciones basadas en las Prácticas Colaborativas y Dialógicas (P.C.D.) y en la Terapia Narrativa (T.N.); emanantes ambas del Construccionismo Social, entre otras influencias. O sea que elimino por completo el uso de la palabra en cuestión; aunque, por supuesto, no soy quién para prohibirlo, ¡faltaría más!

¿«Práctica psicoterapéutica» he dicho? Aunque ya llevo tiempo haciéndolo en diferentes medios, congresos y encuentros, en 2015 —en un artículo elaborado junto a Sara Olivé— mostramos creo que de manera clara nuestras dificultades para seguir utilizando la palabra «terapia»: 

También, seguimos usando conceptos como “terapia” y “terapeuta”. Lo hacemos para entendernos. Pero nos parece que estas palabras provienen de tradiciones biomédicas que no nos son en absoluto afines. En su lugar, usamos habitualmente los términos “consulta”, “consultor” y “consultante”. Tampoco nos son excesivamente cómodos, ya que no nos reunimos para consultar nada. Los términos más adecuados serían “conversación” y “conversadores”; o “diálogo” y “dialogantes”. Esto tiene más que ver con lo que hacemos… (2).

Y no soy ni somos los primeros, ni muchísimo menos, en poner en solfa esta palabra y su universal conceptual. De hecho, el fallecido Michael White —trabajador social australiano e inspirador fundamental, junto al antropólogo neozelandés David Epston, de las Prácticas y Terapias Narrativas— escribe ya en 1980: 

Creemos que “terapia” es un término inadecuado para describir el trabajo que aquí se examina. El Penguin Macquarie Dictionary describe la terapia como “tratamiento de enfermedad, desorden, defecto, etc., por medio de medicinas o procesos curativos”. En nuestro trabajo no entendemos los problemas en términos de enfermedad, y no creemos hacer nada que pueda relacionarse con una “curación” (3).

 Y a continuación pasa a mostrar su acuerdo parcial con Harlene Anderson y Harry Goolishian —psicólogos norteamericanos en este caso, inspiradores de las P.C.D. y de quienes tomamos fundamentalmente la idea o duda (mejor) expuesta en nuestro artículo en cuanto a cómo sustituir la palabra «terapia» por «conversación». Esta última es, obviamente excesivamente genérica y muy poco específica, lo que lleva a White a mostrar su inquietud acerca de su utilidad como «descripción» de lo que se está haciendo; tanto desde la T.N. como desde las P.C.D. Interesante debate que continúa vivo.

A pesar de la viveza del debate, me inclino por no usar, o usar lo menos posible, esa palabra. Explicando, eso sí, desde dónde hablo; siendo transparente con los estudiantes o con las personas con quienes iniciamos procesos de co-visión reflexiva. Hablo desde el Construccionismo Cultural (e histórico, y social, y relacional).

No creo que la mayor parte de los problemas mentales definidos por el DSM de la APA o el CIE de la OMS tengan un origen biomédico. En absoluto, tal y como creo fundamentar en Mentalidad humana, especialmente en el último capítulo (4). Muy al contrario, excepto en los casos con claro origen biológico, que son los menos, el origen es cultural, relacional, histórico y, como tal, social. Y es desde ahí, desde la conversación que se genera dentro de esos campos inabarcables —como la propia conversación— desde donde es posible la praxis procesual que lleve a ir abriendo posibilidades. Y no hacen falta universales conceptuales como esas dos palabras de las que me vengo ocupando: «clínica» y «psicoterapia» (o «terapia» a secas, también). Es más, mi opinión es que su uso dificulta más que abre esas posibilidades conversacionales a que me refiero.

Con todos los matices y desacuerdos que se quiera, claro…

¡Saludos!!!

Josep

ADENDA. No me resisto a copiar y pegar un esclarecedor párrafo de la doctora Sheila McNamee de un reciente artículo (5) que referencia nuestra colega Leticia Rodríguez de Paraguay en un fenomenal texto (6) que estamos estudiando estos días y que es la base de un diálogo que tendrá lugar justo mañana en el seno de la Red de Investigación Relacional del TAOS Institute:

Como expresara Sheila Mc Namee (2015):

“Foucault aclara que el discurso disciplinario referido como el ‘psycomplex’ (Rose, 1990) es sólo eso, un discurso. Es una forma de hablar, una forma de ser en el mundo. Y, ponerlo de esa forma, sugiere que hay o que podría haber otras formas de hablar y de ser en el mundo disponibles para nosotros. Esto no quiere sugerir que los discursos psi están equivocados o que no son útiles. Más bien   sugiere   que,   cuando   nos   comprometemos   en   el   encuentro   terapéutico,   deberíamos preguntarnos  cuán  útil  es  el  vocabulario  concomitante  de  las  disciplinas  psi –y  por  esto  me refiero al vocabulario de ‘diagnóstico’, ‘patología’, y ‘enfermedad mental’. Este vocabulario es más  comúnmente  ubicado  en  el  discurso  individualista,  el  que  coloca  el  nexo  del  ser  de  la persona dentro de lo más hondo de la privacidad de la mente/psique (McNamee, 2002)”. (p.379).

(1) Ya sé que la definición de la Organización Mundial de la Salud y otros no es solamente esa. Pero eso es también lo que entenderíamos, en primera instancia, la gente común. Más o menos…

(2) Seguí Dolz, Josep y Olivé Horts, Sara (2015). Hablar de lo que hay que hablar en terapia de parejas. Un caso de equipo reflexivo en proceso de prácticas colaborativas y dialógicas... ¿con un solo colaborador? Sistemas Familiares y otros sistemas humanos – AsiBA. Buenos Aires, Año 31 – N° 2 – Octubre 2015. Página 46.

(3) White, Michael y Epston, David (1980). Medios narrativos para fines terapéuticos. Barcelona: Paidós. Páginas 30 y 31.

(4) Seguí Dolz, Josep (2015). Mentalidad humana. De la aparición del lenguaje a la psicología construccionista social y las prácticas colaborativas y dialógicas. Amazon Independent CreateSpace. http://mentalidadhumanajosepsegui.blogspot.com/.

(5) McNamee, Sheila (2015). Radical Presence: alternatives to the therapeutic state. European Journal  of Psychotherapy & Counselling,17(4), 373-383.

(6) Rodríguez, Leticia (2018). Trabajo  colaborativo  con  adolescentes  separadas  de  sus  familias  por  el  sistema  de  justicia, en contextos de injusticia social. Accesible en la Red de Investigación Relacional.