Ilustración: meme encontrado en Facebook |
A pesar de todo la polémica
sigue. Seguramente no nos explicamos bien. O también es posible que la
tradición realista está tan fuertemente insertada en nuestras creencias, en
nuestra cultura, que es muy difícil deshacerse de ella.
Desde una ontología construccionista
radical nada existe hasta que no es nombrado. Nada es hasta que no es dicho.
Nada hay si no se puede poner en palabras. Y esta ontología es tan legítima
como una realista y naturalista. Una que afirma que la realidad y la naturaleza
tienen su propia existencia con independencia de que le pongamos nombre y con
ello la dotemos de sentido, intención y acción. Es decir, la naturaleza gozaría
de esas tres características genuinamente humanas, aunque los humanos no
existiéramos.
Dos de los psicólogos seguramente
más influyentes en el Construccionismo Social -Kenneth J. Gergen y Jerome Bruner
(*)- explicaban allá a principios de los años noventa pasados que vivimos en un
mundo de significados. Seguramente no fueron los primeros en detectar esta
especie de evidencia. Muy probablemente algún que otro filósofo griego ya lo hubiera
argumentado hace más de dos mil quinientos años; pero no lo recuerdo ahora
exactamente. La evidente sugerencia de estos dos psicólogos no es una verdad
absoluta ni definitiva. Pero, ¿qué sería la realidad si no tuviera significado;
aunque solo sea uno (cosa esta que dudo mucho)?
Si esto de los significados tiene
algún sentido -yo creo que sí- entonces lo importante no es si la gravedad
existe o no, si no qué significa para diferentes personas, en diferentes
épocas, en lugares diversos.
Estoy seguro de que caerse desde
una altura determinada no debe de ser muy agradable. Pero no es lo mismo caerse
de un rascacielos en Manhattan por culpa de un exceso de champán francés y
cocaína en medio de una fiesta glamurosa que de un alto árbol en medio de la
sabana africana buscando algo para alimentar a los hijos a punto de morir de
hambre. Incluso aunque el resultado sea el mismo: la muerte. Como la muerte no
es la misma para la primera persona que para la segunda. Ni para las otras. Ni
el significado de que la dotamos los demás.
Ese significado de que dotamos a
la muerte, al dolor, a la gravedad y a otros procesos naturales y duros se
consolidan a través de acuerdos sociales. Y discursivos, claro. Y ¿hay algo más
potente y real que eso? En líneas generales solemos estar bastante de acuerdo
en que todo eso existe. Otra cosa será qué sentido demos ya a los aspectos cotidianos
y finos del devenir; sentido generado en el contexto cultural; aunque ya no
siempre tan consensuado. Para una persona la muerte puede ser la liberación del
espíritu eterno y trascendente. Para otra el final de todo. Y seguramente
ninguna de las dos poseen la verdad sobre la muerte. Ni la mentira.
No estoy en situación de negar la
realidad de la muerte. Ni la de la gravedad. Eso no me preocupa demasiado. La
situación, quiero decir. Ambas parecen responder a unas leyes científicas elaboradas
por mentes preclaras que merecen todo mi respeto y admiración. Biólogos,
físicos y otros teóricos de la realidad.
Dejemos de lado por ahora la muerte
y volvamos a la gravedad. Curiosamente, a pesar de ella misma y de su famosa y
manzanera Ley, en estos mismos momentos hay miles de personas volando,
venciendo a las dos -gravedad y Ley-. Tecnología pura y dura. Como tecnología
pura y dura es la primera y más potente con que hace unos cuarenta mil años
(según todos los indicios) iniciamos este extrañísimo camino de “ser humanos”:
el lenguaje. Con él empezamos a construir la realidad donde no había
absolutamente nada. O, si se quiere y bajando un grado mi radicalidad, donde
solo había caos y desconcierto. Entonces empezamos -y no hemos parado- a dotar
de sentido, intención y acción a las cosas de la realidad; a nosotras y
nosotros mismas/os.
Más sobre la polémica: Realismo
versus Construccionismo, http://www.construccionismosocial.info/2015/06/realismo-versus-construccionismo.html
Más sobre el lenguaje: https://youtu.be/ffcJLjMnQF0
(*) Ver, por ejemplo:
Bruner, Jerome (1990). Actos de significado. Más allá de la
revolución cognitiva. Madrid: Alianza.
Gergen, Kenneth J. (1991). El yo saturado. Dilemas de identidad en el
mundo contemporáneo. Barcelona: Paidós.