domingo, 31 de julio de 2016

Cerebrocentrismo, teoría cognitiva y práctica psicoclínica

Imagen: encontrada en internet libre de derechos



¡Hola!

No hace mucho, durante una clase del Master oficial de Prácticas Colaborativas y Dialógicas del Instituto Kanankil manifesté que estamos en “guerra” con el cerebrocentrismo. En la clase siguiente, y tras una seria reflexión pedí disculpas por haberme expresado así. Por dos motivos. El primero, que la palabra “guerra” no es muy de mi gusto y suena demasiado fuerte. El segundo, aun suponiendo que estemos en guerra, la tenemos perdida desde el principio; el “enemigo” es demasiado fuerte y va mucho mejor armado…

Por otro lado, la teoría cognitiva parece que va perdiendo potencia como la más científica de todas, al tiempo que la conductual parece estar divorciándose de ella. Ambas reclaman su autoridad sobre el cerebro, explicando a través del mismo muchos de los cambios que parece generar la práctica psicoclínica. Recientemente, el especialista en Neuropsicología español Javier Tirapu (23 de julio pasado) decía en su cuenta de Facebook: “¿Cuando es eficaz la terapia?. Cuando produce cambios en la conducta y la conducta produce cambios en las conexiones neuronales”. El argumento es muy elegante y los primeros conductistas hace más o menos un siglo ya reclamaban la cientificidad de sus teorías porque la conducta es observable; los pensamientos no. Claro que entonces no existían los avances que ahora sí en cuanto al conocimiento de cómo funciona el cerebro…

Hablando de los avances en neurociencia, justo esta semana se ha difundido por las redes sociales este artículo: “Cluster failure: Why fMRI inferences for spatial extent have inflated false-positive rates” (http://www.pnas.org/content/113/28/7900). Quienes no sepáis inglés o no tengáis ganas de leer el artículo completo, aquí tenéis un buen resumen/comentario a su respecto: “Una revisión invalida miles de estudios del cerebro" (Javier Salas, http://elpais.com/elpais/2016/07/26/ciencia/1469532340_615895.html?id_externo_rsoc=TW_CC). Estoy absolutamente seguro de que los cerebrocentristas arreglarán pronto este desaguisado. Y estoy absolutamente ansioso por ver cómo…

Volviendo al escrito de Tirapu, afirma: “Por lo tanto el diseño cerebral nos dice que el poder que tiene las emociones para dominar a la razón son muy fuertes pero si quieres controlar a las emociones con la razón las comunicaciones son muy pocas por lo que el esfuerzo que pedimos a nuestros pacientes es “ímprobo”.”.  Obviamente este es un escrito divulgativo, por lo que no se le puede exigir una mayor argumentación; argumentación que sí -supongo- el respetado neuropsicólogo expondrá  en otros escritos.

El problema es que estamos hablando de procesos cuyo funcionamiento damos por supuesto -razón, emociones,…- y mostrando conocimientos -el diseño cerebral- más que dudosos. Hablando de esta manera, además, generalizamos el conocimiento científico sobre “quienes somos” los humanos diseminando la idea de que somos lo que es nuestro cerebro, lo que tenemos, lo que pasa, dentro de nuestro encéfalo. En no pocas ocasiones me he manifestado contrario a este tipo de generalizaciones y también a la suposición de que el cerebro sea algo más que un órgano más (2015). Quizá sea la más compleja; pero no deja de ser una máquina biológica más. Y los humanos somos más que pensamientos y conductas en conexión con las conexiones (sic) neuronales. Estas son tontas. Parafraseando al psicólogo social Pablo Fernández Christlieb (dejadme que omita la cita exacta, por favor, es que ahora mismo no la encuentro) las neuronas y sus conexiones no tienen ni idea de lo que hacen, ni siquiera de que existen. Así, ¿cómo van a determinar en tan gran medida nuestras pasiones, afectos, ilusiones, caprichos, amores, miedos, incoherencias,…, es decir, nuestras razones y emociones?

Pero entonces, si no es el cerebro, ¿qué o quién es lo que conforma todo eso y más? No, no es Dios ni el espíritu. Esos son asuntos de fe, creencia o experiencia. Muy respetables, por supuesto -como la neurociencia, ¿eh?- pero poco generalizables.

Y aun sin ánimo, ni mucho menos, de generalizar, afirmo que es la cultura quien incide -huyo de la tentación de usar el término “determina”- todo eso -y más- a que me he referido. Cultura en el sentido sociohistórico que dota de su carácter diferencial a la psicología con respecto a otras ciencias; también a su práctica terapéutica -que no clínica; eso es asunto de la medicina-. Los humanos somos cultura en devenir. Y como tal creamos todo lo demás, cerebro incluido.

La psicología, también la psicoterapia, es una ciencia y una práctica social, humana, cultural e histórica. Y su instrumento es el lenguaje materializado en la narración, el discurso y el diálogo.

Propongo que dejemos a los neurocientíficos hacer su trabajo -sesgos y fallos informáticos incluidos; a ver si se aclaran- y que ellos nos dejen a los psicólogos hacer el nuestro, con nuestros sesgos y fallos dialógicos.

¡Saludos!!!

Seguí Dolz, Josep (2015). Mentalidad humana. De la aparición del lenguaje a la psicología construccionista social y las prácticas colaborativas y dialógicas. Amazon Independent CreateSpace. 

sábado, 23 de julio de 2016