jueves, 29 de diciembre de 2016

A vueltas con la polémica: Construccionismo y Realismo

Ilustración: meme encontrado en Facebook



A pesar de todo la polémica sigue. Seguramente no nos explicamos bien. O también es posible que la tradición realista está tan fuertemente insertada en nuestras creencias, en nuestra cultura, que es muy difícil deshacerse de ella.

Desde una ontología construccionista radical nada existe hasta que no es nombrado. Nada es hasta que no es dicho. Nada hay si no se puede poner en palabras. Y esta ontología es tan legítima como una realista y naturalista. Una que afirma que la realidad y la naturaleza tienen su propia existencia con independencia de que le pongamos nombre y con ello la dotemos de sentido, intención y acción. Es decir, la naturaleza gozaría de esas tres características genuinamente humanas, aunque los humanos no existiéramos.

Dos de los psicólogos seguramente más influyentes en el Construccionismo Social -Kenneth J. Gergen y Jerome Bruner (*)- explicaban allá a principios de los años noventa pasados que vivimos en un mundo de significados. Seguramente no fueron los primeros en detectar esta especie de evidencia. Muy probablemente algún que otro filósofo griego ya lo hubiera argumentado hace más de dos mil quinientos años; pero no lo recuerdo ahora exactamente. La evidente sugerencia de estos dos psicólogos no es una verdad absoluta ni definitiva. Pero, ¿qué sería la realidad si no tuviera significado; aunque solo sea uno (cosa esta que dudo mucho)?

Si esto de los significados tiene algún sentido -yo creo que sí- entonces lo importante no es si la gravedad existe o no, si no qué significa para diferentes personas, en diferentes épocas, en lugares diversos.

Estoy seguro de que caerse desde una altura determinada no debe de ser muy agradable. Pero no es lo mismo caerse de un rascacielos en Manhattan por culpa de un exceso de champán francés y cocaína en medio de una fiesta glamurosa que de un alto árbol en medio de la sabana africana buscando algo para alimentar a los hijos a punto de morir de hambre. Incluso aunque el resultado sea el mismo: la muerte. Como la muerte no es la misma para la primera persona que para la segunda. Ni para las otras. Ni el significado de que la dotamos los demás.

Ese significado de que dotamos a la muerte, al dolor, a la gravedad y a otros procesos naturales y duros se consolidan a través de acuerdos sociales. Y discursivos, claro. Y ¿hay algo más potente y real que eso? En líneas generales solemos estar bastante de acuerdo en que todo eso existe. Otra cosa será qué sentido demos ya a los aspectos cotidianos y finos del devenir; sentido generado en el contexto cultural; aunque ya no siempre tan consensuado. Para una persona la muerte puede ser la liberación del espíritu eterno y trascendente. Para otra el final de todo. Y seguramente ninguna de las dos poseen la verdad sobre la muerte. Ni la mentira. 

No estoy en situación de negar la realidad de la muerte. Ni la de la gravedad. Eso no me preocupa demasiado. La situación, quiero decir. Ambas parecen responder a unas leyes científicas elaboradas por mentes preclaras que merecen todo mi respeto y admiración. Biólogos, físicos y otros teóricos de la realidad. 

Dejemos de lado por ahora la muerte y volvamos a la gravedad. Curiosamente, a pesar de ella misma y de su famosa y manzanera Ley, en estos mismos momentos hay miles de personas volando, venciendo a las dos -gravedad y Ley-. Tecnología pura y dura. Como tecnología pura y dura es la primera y más potente con que hace unos cuarenta mil años (según todos los indicios) iniciamos este extrañísimo camino de “ser humanos”: el lenguaje. Con él empezamos a construir la realidad donde no había absolutamente nada. O, si se quiere y bajando un grado mi radicalidad, donde solo había caos y desconcierto. Entonces empezamos -y no hemos parado- a dotar de sentido, intención y acción a las cosas de la realidad; a nosotras y nosotros mismas/os.

Más sobre la polémica: Realismo versus Construccionismo, http://www.construccionismosocial.info/2015/06/realismo-versus-construccionismo.html

Más sobre el lenguaje: https://youtu.be/ffcJLjMnQF0

(*) Ver, por ejemplo:

Bruner, Jerome (1990). Actos de significado. Más allá de la revolución cognitiva. Madrid: Alianza.
Gergen, Kenneth J. (1991). El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Barcelona: Paidós.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Hacia un construccionismo cultural...


Foto: producción propia. Huelga general en España. 29 de septiembre de 2010

Más de una y más de dos lectoras o lectores pensaréis que por qué cambiar el concepto de lo social por el de lo cultural si al fin y al cabo son lo mismo. Y ese pensamiento no es malo, efectivamente. Sin embargo manifiesto mi desacuerdo: lo social y lo cultural no son lo mismo, si bien tienen bastantes algos en común.

Permíteme explicar que veo lo social como una parte del magma de la realidad que está ya estructurado; incluso demasiado estructurado (ver fotografía). Vamos a decir que la mejor identificación de las estructuras sociales son las instituciones. Sí, la familia, la escuela, la pareja, el matrimonio, la empresa, la policía, el grupo religioso, el sindicato,... Y asuntos que aparecen fuera de las estructuras sociales terminan siendo absorbidos por ellas. Por ejemplo, el matrimonio igualitario (1).

En este último caso, aquéllo que apareciera hace años como una monstruosidad anti-social -y que aún se le aparece así a bastantes mentes-, la homosexualidad, se va incorporando poco a poco a la normalidad estructural social.

Que todas estas estructuras sociales -desde la familia nuclear más tradicional a la diversidad familiar a que invita el matrimonio igualitario- se institucionalicen no es ni bueno ni malo; no soy quien para juzgar, ni mucho menos condenar, nada.

Todas estas esctructuras e instituciones son construcciones humanas; no nos vienen dadas de antemano (Berger y Luckmann, 1966). De acuerdo. Y seguramente como tales son sociales. También de acuerdo. Y este es un magnífico punto de partida para comentarios psicosociales acerca de la realidad humana. Desde ese punto de partida venimos hablando más o menos quienes nos reconocemos adictos al paraguas filosófico del llamado Construccionismo Social (CS).

Como seguro que sabes, Kenneth J. Gergen -fundador y presidente del Taos Institute (2)- en el año 1973 empieza a dar un giro más psicologicista al todavía no reconocido como CS; pero que ya había tenido un buen punto de partida con Berger y Luckmann, aunque quizás un poco demasiado sociologicista para algunos en este caso. Y Gergen va dando estirones a cómo es eso que todo se construye socialmente y va apuntando a algo que tendrá su presencia clara en el año 2009: el Construccionismo Relacional. A partir de aquí ya no todo es social, sino relacional, fruto de las interacciones y relaciones entre las personas y -me permito añadir- las cosas. Entendiendo las cosas en un sentido muy amplio: todo lo que existe -tangible o intangible- y que se puede nombrar, es decir, simbolizar. También lo que existirá.

Sin abandonar, ni mucho menos, el concepto de lo social como tal y como vengo usando hasta aquí, el concepto de relación me parece apasionantemente acertado. La relación, junto con la respiración, es lo primero imprescindible para sobrevivir cuando llegamos a este mundo. A partir de ahí todo lo demás. Esto implica un cambio de mentalidad importante que nos lleva necesariamente a un cambio de acción. Las realidades se construyen en la relación. Y así, se pueden transformar justo en ese espacio relacional. A través de la conversación (Anderson, 1997), el diálogo (Bakhtin, 1981) y, parece tener sentido, el lenguaje.

Me parece que esa una de las cosas imprescindibles para sobrevivir -la respiración- tiene unos componentes previos biológicos. Yo no sé nada de biología y por eso no entro a fondo en el asunto; asunto, por otro lado, que no es objeto de este escrito. Pero, ¿cuáles son los componentes previos de la relación? Una buena respuesta a este asunto sería que lo social. Pero el cambio de mirada a que te estoy invitando me lleva a pensar que eso, lo social, está demasiado encorsetado por estructural e institucional. Y me parece que ya en ese momento del nacimiento biológico empiezan a entrar en juego muchos otros elementos del magma de la realidad: efectivamente, elementos culturales.

Para mí la cultura -vehiculada por el lenguaje simbólico- es todo; lo institucional, pero también lo magmático. Incluso lo que todavía no existe, pero existirá. La cultura es incontrolable e impredecible. No es lo que nos enseñan en las escuelas o en las iglesias; tampoco lo que no nos enseñan ahí. No es lo que aprendemos en la calle, aunque un poco sí; ahora mucho de lo que aprendemos en las calles electrónicas, claro. No es Mozart ni Cervantes ni Picasso. La cultura es ese magma colectivo a que me refiero. Está ahí, pero no se ve. Es en este sentido en el que sería algo espiritual, aunque sin trascendencia. Sin trascendencia porque aunque ahí estuviera, no nos servía para nada antes de nacer y tampoco tendrá ninguna utilidad cuando muramos.

Pero mientras tanto sí, sí que sirve y tiene una utilidad. Es en ese magma cultural que nunca seremos capaces de organizar, estructurar e institucionalizar donde están los recursos que nos permiten llevar -como personas, como grupos, como comunidades- unas vidas más o menos equilibradas y con sentido (insisto: digo "más o menos"). Vidas parcialmente fuera de lo puramente social-institucional; pero también parcialmente protegidas de "... caballos alados y dragones de fuego” (Deleuze y Guattari, 1993, pág. 237). 

Fuera de eso, de lo instituicional y lo magmático colectivo-cultural -que no son procesos antagónicos; aunque a veces sí- probablemente solo haya locura. Lo gracioso de esto es que muchas veces dentro, también. Pero como sigo sin ser juez me permito decir que a lo mejor la locura no es tan mala. Lo dejamos para otro día.

¡Saludos!!!

Josep

Notas:

(1) En España habría otros ejemplos: el caso del movimiento 15M y su institucionalización a través del partido político Podemos. Y más, por supuesto.
(2) El Taos Institute es la organización global en la que nos agrupamos las personas que trabajamos más o menos desde estas ideas a nivel mundial, http://www.taosinstitute.net.

Referencias:

Anderson, Harlene (1997), Conversation, Language, and Possibilities. A Postmodern Approachh to Therapy. New York: BasicBooks.
Bakhtin, Mikhail M. (1981). The Dialogic Imagination. Four Essays. Austin: Univesity of Texas Press.
Berger, Peter L. y Luckmann, Thomas (1966), La Construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu.
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (1993),  ¿Qué es la filosofía? Barcelona: Anagrama.
Gergen, Kenneth J. (1973), Social Psychology as History. Journal of Personality and Social psychology, 26(2), 309-320.
Gergen, Kenneth J. (2009), Relational Being. Beyond Self and Community. Oxford: Oxford University Press.

domingo, 14 de agosto de 2016

Monaguillo antes que fraile

Imagen encontrada en internet libre de derechos

Hace unos días mantuve un debate con unos buenos colegas y amigos acerca de algo así como que para ser un buen terapeuta se tiene que haber pasado por la misma experiencia que la persona que consulta por un 'problema mental' determinado. Es decir, se tiene que haber atravesado una depresión para poder atender a una persona diagnosticada de Depresión,... etc. En cualquier caso, se acordó más o menos que si no era obligatorio, pues sí que ayudaba a ponerse en el lugar de quien consulta.

Rápidamente manifesté mi desacuerdo. Por un lado, desde luego, es imposible ponerse en el lugar de nadie. Y por otro -esto también apareció en el debate- cada persona vive su, por ejemplo, Depresión de una manera diferente; no hay estándares por mucho DSM y otros que nos quieran meter.

Pero manifesté mi desacuerdo poniendo un símil biomédico: para ser un buen cirujano del corazón no hace falta estar operado del corazón. Mis adversarios -en el buen sentido- me acusaron inmediatamente de "exagerar", de estar haciendo "demagogia",... Y tenían toda la razón del mundo. Efectivamente, con el símil del cirujano no trataba más que de provocar -en el buen sentido (sic)- a ver qué salía de la conversación. Por supuesto, la psicoterapia (aunque constantemente intenten convencernos de lo contrario desde las orientaciones dominantes cerebrocentristas) no tiene nada que ver con asuntos biomédicos. Nada.

El tema es que estamos tan acostumbrados a ver la psicología en general como una ciencia de la salud, que enseguida categorizamos las diversas dificultades emocionales por las que las personas atravesamos en diferentes momentos de nuestras vidas como algo médico, cuando la salud no es algo exclusivamente de orden biomédico. 

Desde mi punto de vista, el origen de todos los malestares emocionales está en el transcurso social vital de cada cual. Y nadie -que yo sepa- tiene una historia de vida plenamente feliz, saludable, equilibrada, etc. Ni el psicoterapeuta más audaz y súper entrenado. Todos los llamados 'trastornos mentales' tienen que ver con historias de soledad, abandono, violencia, falta del derecho a la expresión, a la palabra; como defiendo en mi hipótesis sobre la mente como la expresión de la intención, el sentido y la acción. Todos, desde la tristeza extrema hasta los delirios o alucinaciones. Todos, insisto.

Así, no es necesario haber pasado por todo el amplio espectro de categorías experienciales 'negativas' (tristeza extrema, delirios,...) para ponerse al lado de la persona que consulta, buscando los recursos perdidos en el transcurrir vital o co-inventar unos nuevos. No es imprescindible, ni siquiera ayuda. Y no lo es porque todas y todos tenemos experiencias más o menos intensas -o sea historias, narraciones- de, repito, soledad, abandono, violencia, falta del derecho a la expresión, a la palabra. Algunas y algunos -muchas y muchos; de no ser así cada día estaríamos más locos, que lo estamos- vamos transitando la vida con todas esas experiencias con mayor o menor fortuna con ayuda de esos recursos. Recursos que son socioculturales y compartidos, y están dotados de fuertes cargas emocionales. Con ello conseguimos llevar, no sin gran esfuerzo en la mayor parte de ocasiones, unas vidas más o menos 'equilibradas' y 'sanas'. 'Más o menos', insisto. Otras y otros no. Y sus vidas se transforman -y se mantienen- en la oscuridad total, la desesperanza, el sufrmiento, que se manifiestan en esos diversos 'trastornos' que nos quieren hacer creer que tienen que ver con las neuronas y similares.

Desde aquí, pues, y sin necesidad de ponernos en el lugar del otro, si no a su lado, es desde donde podemos desarrollar procesos de mejora emocional (estoy intentando quitar de mi léxico la palabra claramente médica 'psicoterapéutico'). Por supuesto que con la preparación adecuada y no desde la palabrería o la pura 'experiencia' que nos lleva directamente a la subjetividad, que es lo mismo que la objetividad dominante, pero en hippy.

Resumiendo, para atender a una persona con una fuerte carga emocional de tristeza en su vida (la antigua 'Depresión') no hace falta haber pasado por los mismos procesos que esa persona (eso es, simplemente, imposible). Solo hace falta -además de una imprescindible preparación técnica adecuada (estudios superiores de Psicología, por ejemplo, y más que nada por alejarnos de la palabrería y los manuales de kiosko malo)- haber sido, ser, humano.

NOTA: Anoche al acostarme y mientras ya estaba pensando en este post, no sé por qué (ni me importa), no paraba de repetirme ese dicho o lo que sea de "Antes que párroco hay que ser sacristán" (o monaguillo o algo así...). Bueno, supongo que algo tendrá que ver con lo escrito. Pero no, no hace falta que ningún psicoanalista analice (sic) si es que hay alguna 'asociación libre' entre una cosa y otra. Me quedo con la incertidumbre...

¡Saludos!!!

domingo, 31 de julio de 2016

Cerebrocentrismo, teoría cognitiva y práctica psicoclínica

Imagen: encontrada en internet libre de derechos



¡Hola!

No hace mucho, durante una clase del Master oficial de Prácticas Colaborativas y Dialógicas del Instituto Kanankil manifesté que estamos en “guerra” con el cerebrocentrismo. En la clase siguiente, y tras una seria reflexión pedí disculpas por haberme expresado así. Por dos motivos. El primero, que la palabra “guerra” no es muy de mi gusto y suena demasiado fuerte. El segundo, aun suponiendo que estemos en guerra, la tenemos perdida desde el principio; el “enemigo” es demasiado fuerte y va mucho mejor armado…

Por otro lado, la teoría cognitiva parece que va perdiendo potencia como la más científica de todas, al tiempo que la conductual parece estar divorciándose de ella. Ambas reclaman su autoridad sobre el cerebro, explicando a través del mismo muchos de los cambios que parece generar la práctica psicoclínica. Recientemente, el especialista en Neuropsicología español Javier Tirapu (23 de julio pasado) decía en su cuenta de Facebook: “¿Cuando es eficaz la terapia?. Cuando produce cambios en la conducta y la conducta produce cambios en las conexiones neuronales”. El argumento es muy elegante y los primeros conductistas hace más o menos un siglo ya reclamaban la cientificidad de sus teorías porque la conducta es observable; los pensamientos no. Claro que entonces no existían los avances que ahora sí en cuanto al conocimiento de cómo funciona el cerebro…

Hablando de los avances en neurociencia, justo esta semana se ha difundido por las redes sociales este artículo: “Cluster failure: Why fMRI inferences for spatial extent have inflated false-positive rates” (http://www.pnas.org/content/113/28/7900). Quienes no sepáis inglés o no tengáis ganas de leer el artículo completo, aquí tenéis un buen resumen/comentario a su respecto: “Una revisión invalida miles de estudios del cerebro" (Javier Salas, http://elpais.com/elpais/2016/07/26/ciencia/1469532340_615895.html?id_externo_rsoc=TW_CC). Estoy absolutamente seguro de que los cerebrocentristas arreglarán pronto este desaguisado. Y estoy absolutamente ansioso por ver cómo…

Volviendo al escrito de Tirapu, afirma: “Por lo tanto el diseño cerebral nos dice que el poder que tiene las emociones para dominar a la razón son muy fuertes pero si quieres controlar a las emociones con la razón las comunicaciones son muy pocas por lo que el esfuerzo que pedimos a nuestros pacientes es “ímprobo”.”.  Obviamente este es un escrito divulgativo, por lo que no se le puede exigir una mayor argumentación; argumentación que sí -supongo- el respetado neuropsicólogo expondrá  en otros escritos.

El problema es que estamos hablando de procesos cuyo funcionamiento damos por supuesto -razón, emociones,…- y mostrando conocimientos -el diseño cerebral- más que dudosos. Hablando de esta manera, además, generalizamos el conocimiento científico sobre “quienes somos” los humanos diseminando la idea de que somos lo que es nuestro cerebro, lo que tenemos, lo que pasa, dentro de nuestro encéfalo. En no pocas ocasiones me he manifestado contrario a este tipo de generalizaciones y también a la suposición de que el cerebro sea algo más que un órgano más (2015). Quizá sea la más compleja; pero no deja de ser una máquina biológica más. Y los humanos somos más que pensamientos y conductas en conexión con las conexiones (sic) neuronales. Estas son tontas. Parafraseando al psicólogo social Pablo Fernández Christlieb (dejadme que omita la cita exacta, por favor, es que ahora mismo no la encuentro) las neuronas y sus conexiones no tienen ni idea de lo que hacen, ni siquiera de que existen. Así, ¿cómo van a determinar en tan gran medida nuestras pasiones, afectos, ilusiones, caprichos, amores, miedos, incoherencias,…, es decir, nuestras razones y emociones?

Pero entonces, si no es el cerebro, ¿qué o quién es lo que conforma todo eso y más? No, no es Dios ni el espíritu. Esos son asuntos de fe, creencia o experiencia. Muy respetables, por supuesto -como la neurociencia, ¿eh?- pero poco generalizables.

Y aun sin ánimo, ni mucho menos, de generalizar, afirmo que es la cultura quien incide -huyo de la tentación de usar el término “determina”- todo eso -y más- a que me he referido. Cultura en el sentido sociohistórico que dota de su carácter diferencial a la psicología con respecto a otras ciencias; también a su práctica terapéutica -que no clínica; eso es asunto de la medicina-. Los humanos somos cultura en devenir. Y como tal creamos todo lo demás, cerebro incluido.

La psicología, también la psicoterapia, es una ciencia y una práctica social, humana, cultural e histórica. Y su instrumento es el lenguaje materializado en la narración, el discurso y el diálogo.

Propongo que dejemos a los neurocientíficos hacer su trabajo -sesgos y fallos informáticos incluidos; a ver si se aclaran- y que ellos nos dejen a los psicólogos hacer el nuestro, con nuestros sesgos y fallos dialógicos.

¡Saludos!!!

Seguí Dolz, Josep (2015). Mentalidad humana. De la aparición del lenguaje a la psicología construccionista social y las prácticas colaborativas y dialógicas. Amazon Independent CreateSpace. 

sábado, 23 de julio de 2016

lunes, 6 de junio de 2016

Sobre la televisión... y la publicidad


Obsérvese el anuncio de cerverza que ocupa el encabezado. Lo he encontrado por casualidad mientras buscaba este otro anuncio de más abajo, que es el que ocupa este post. Sobre el de arriba... Sin comentarios... No he eludido la tentación de reproducirlo... Pero... ¿de verdad hace falta eso para vender cerveza?

En contra del pensamiento dominante, he de decir que creo que ver la televisión es un ejercicio muy útil y enriquecedor para las personas que nos dedicamos a las llamadas ciencias sociales, humanas y de la salud. También debería de serlo para quienes desean desarrollar un espíritu crítico y abierto desde su propia cotidianidad. Sin ningún tipo de coste y con muy poco esfuerzo la televisión nos ofrece un material valiosísimo y de primera mano para entender un poco de eso, de cómo son los procesos sociales, humanos y saludables cotidianos. Que es lo que nos interesa a los científicos y a los críticos, ¿no?

Desde luego no es recomendable dedicar mucho tiempo a ese ejercicio, so pena de caer subyugado a él. Pero unos minutos al día siempre están disponibles y, como digo, hacen bastante bien a la ciencia y al conocimiento en general de la realidad, sea esta lo que sea. Recomiendo (es lo que yo hago casi todos los días; aunque esto no tiene por qué ser generalizable; y dedicando un máximo de 30 minutos sumando todo el proceso) las siguientes secuencias:

a) Informativos

b) Programas de debate político

c) La llamada "televisión basura" de la que en España disponemos de una gran oferta

Pero de todo, todito, todo, lo mejor son los anuncios. Este que reproduzco a continuación viene llamando poderosamente mi atención desde hace pocos días. 

La trama inicial es la que es y queda bastante clara. Ok. Lo que me encanta es que el título -y con él, el mensaje- del anuncio es "Las pequeñas cosas". Es bastante probable que tomarse una caña de cerveza sea uno de los pequeños placeres que la vida pone a nuestra disposición, de acuerdo con el aprecio que hay que tener por las "pequeñas cosas", sí. Siguiendo los dictados dominantes de la New Age. Pero... ¿gambas, cigalas o suquet de peix de primerísima calidad a 100,00 euros la ración? ¿En una paradisíaca isla del Mediterráneo?

¿Cuál es tu experiencia acerca de las "pequeñas cosas? ¿Qué opinas?

¡Saludos!


domingo, 5 de junio de 2016

Motivación, superación, autoestima,…

Imagen: encontrada en internet libre de derechos

Hay bastantes cosas en este mundo tan raro que nos circunda al tiempo que nosotras y nosotros lo circundamos que me llaman poderosamente la atención. Por ejemplo, todos los discursos de motivación, superación, mejora de la autoestima y etcétera.

Desde luego no son nuevos. Es posible que hayan existido siempre; no en vano las religiones pueden tener una gran parte de sus bases en esas cosas. Y también es posible que en tiempos de crisis económicas, estos discursos se refuercen. Como los de la espiritualidad. No soy el primero que lo dice, aunque ahora no recuerdo exactamente quien lo dijo antes. Sorry.

Hace unos veinte años asistí en mi ciudad a la presentación de un curso de esos de motivación en los que la gente acaba caminando descalza sobre brasas. Creo que aún se hacen esas cosas. Las modas se repiten. O no se terminan nunca, que es lo mismo...

Lo que más gracia me hizo de la presentación fue que uno de los presentadores -sic- dijo tan alegremente y todo convencido que no era psicólogo, pero que se presentaba como tal porque cualquier persona es capaz de actuar “como si” lo que quiera actuar. Solo necesita eso, motivación… Esto me motivó bastante para abandonar la presentación y, por supuesto, no inscribirme al curso. Ya tenía claro que no lo iba a hacer. La verdad es que pagar 600,00 euros más o menos por estar dos días hablando de lo bueno que eres, lo mucho que vales, abrazando a todo dios y caminando sobre cenizas no me parece una inversión muy aconsejable.

Pero bueno, todo esto viene a cuento de que ayer vi en la televisión una entrevista que le hicieron a un deportista de élite y ‘coach’. Hasta aquí nada nuevo ni destacable. Lo que hacía especial a esta persona es que era invidente. Sí, ciego, que no ve.

Sin ninguna duda tengo un gran respeto y aprecio hacia todas las personas con capacidades diferentes a las habituales. Y, sin ninguna duda también, me pareció que este chaval hacía cosas tremendamente especiales incluso para muchas personas que sí que podemos ver. Nadar, correr, bicicleta,… a niveles de rendimiento deportivo muy elevados.

Lo que me molestó un poco es que en un momento dado me dio algo de 'cosa' el aire de triunfador –a lo que el entrevistador le ayudaba mucho, claro- del chico. Llegué a pensar algo así como, “qué envidia no ser ciego para poder hacer todas esas cosas”. Y aquí está el asunto que me trae a escribir en el blog. Que este chaval, o cualquier otro, sea campeón en deportes paralímpicos es excelente. Que eso se venda como un producto más del coaching de motivación y tal, ya me parece tremendamente cruel. Cruel para las muchas personas en su situación o parecidas -u otras- que nunca llegarán a ganar una medalla olímpica, salir por la tele haciéndose publicidad, escribir y publicar un best-seller de autoayuda, ni cobrar una pasta por sus conferencias.

Claro que mientras haya quien pague por eso…

Por cierto, el subtítulo del best-seller es "El secreto está en tu mente". En fín...

Vale, lo dejo aquí por ahora…